DESESPERADO. Ronaldinho asiste cabizbajo a uno de los tres goles del Espanyol. El Barça pudo salir vapuleado del Olímpic.

Montjuïc vivió anoche un terremoto de locura colectiva con el apoteósico triunfo de su Espanyol sobre el Barcelona. Fue un baile como no se recordaba. Un 3-1 que si Pandiani acierta lo que la suerte le negó, habría sido una manita. O un set. El campeón de España y de Cataluña se merendó al de Europa. De cabeza a rabo, y más después de que Saviola empatara y por unos instantes pareciera que los puntos iban a volar al Camp Nou.

Fue un espejismo. El Espanyol desequilibró pronto el amenazante 1-1 y el partido volvió donde había estado siempre: más cerca de Valdés que de Kameni. El baño táctico que le dio Valverde a Rijkaard fue de antología. La presión sobre la zaga azulgrana que practicó durante toda la semana le salió fetén. Y además, ni Edmilson ni nadie vio a De la Peña. Y Tamudo, caído a la izquierda, desnudó otra y vez a Puyol y Márquez, horroroso partido el del mexicano. Además, el Espanyol tuvo bandas: Rufete jugó su mejor partido españolista y lo culminó con el tercero. Riera recordó al que ganó fama en Palma. Atrás, los jóvenes defensas de la cantera se batieron como veteranos. Sólo les venció Saviola, en una acción personal. Que los titulares de Rijkaard sean Gudjohnsen y Giuly es inexplicable.

Ronaldinho. El Espanyol fue mejor porque supo siempre lo que debía hacer. El Barça, casi nunca. Ronaldinho volvió, pero para figurar en el acta. Tiró una falta al larguero, eso sí, que pudo ser el 0-1. Pero jugada, ni una. Algo de razón tiene Capello cuando habla de entrenarse en serio. Ronaldinho volvió tarde de sus vacaciones en Brasil y desde el Barça se comentó, cual machada, que había realizado los dos últimos entrenamientos previos al partido a tope. No alcanza con ello. Y más si falta Deco. Xavi e Iniesta tocaron y tocaron, pero no acertaron nunca con el ritmo. Seguro porque a su lado faltaba movimiento, ambición, desmarque. Todo lo que le sobró anoche al Espanyol a manos llenas. Todo y el hambre, las ganas de probar si ese Barça que no había podido con Levante, Atleti y Getafe y le había ganado llorando a la Real era eso, real: y lo es. Un Barça como desmayado, que nunca se vio como ganador. El espanyol, sí.

Tamudo, 106 goles, a cinco de Marañón como máximo goleador del club, ejemplarizó su deseo de victoria: dejó la gripe en el hotel y jugó otro de los partidos de su vida. 3-1. Pudieron ser cinco.